En el centro del campo tenemos a nuestro fantasma balear: habla poco, se mueve en silencio… y cuando menos te lo esperas, zas, mete un pase que deja a todos mirando al horizonte buscando de dónde ha salido. A veces parece que no está, pero es solo porque está viendo cosas que los demás no ven ni con GPS y dron incluido.
Tiene una visión de juego tan fina que podría dar asistencias con los ojos cerrados, y una calidad que hace que el balón lo busque a él, no al revés. No grita, no protesta, no hace ruido… pero cada vez que toca el balón, el equipo suena a sinfonía. Un mediocentro discreto, misterioso y con más magia que un ilusionista con botas.
